#19 Diario de Viaje - Objetos y portales
En casa de mis padres, al fondo del armario de mi habitación de toda la vida, tengo guardada una caja del tamaño de dos cajas de zapatos. Nunca tuvo nombre, pero si hubiera de tenerlo seguramente sería “la caja negra” de los recuerdos. No sé muy bien cuándo apareció en ese armario, pero si sé en qué momento la empecé a llenar: cuando empecé a vivir cosas que sabía que no quería olvidar.
Supongo que entendí pronto que la mente nos la juega y olvida más de lo que queremos, que todo principio tiene un fin, y que esos momentos que se sentían muy fuerte también resultaban ser efímeros. Guardar cada pequeño detalle se convirtió en una especie de archivo emocional donde iba a parar todo eso que no quería perderme; cada objeto era portador y cofre de un tesoro llamado recuerdo.
Y aunque esa caja ahora está a miles de kilómetros, recuerdo perfectamente lo primero que entró en ella: un mapa de Dublín junto con algunos tickets de bus, un envoltorio de un zumo y una libreta que lo más interesante que tiene son los colores de la bandera de Irlanda. A día de hoy seguramente nada de lo que llegó ahí esa primera vez estaría; mi mapa habría sido sustituido por el GPS, el ticket de bus lo tiraría nada más bajar, el envoltorio de zumo… en serio, ¿qué hace ahí?, y la libreta con apuntes en inglés, ¿qué sentido tiene guardarla?
A priori, todas estas cosas parecen no tener lugar allí donde se guarda lo importante, sin embargo, me doy cuenta de que todos esos objetos que parecen no tener valor se convirtieron en migas de pan que dejaron un rastro a través del que siempre poder volver a eso que no quería olvidar.
Cada vez que veo el mapa me acuerdo de mi ilusión por esa primera vez fuera de casa, sola. Ese primer viaje fuera de España que llegó gracias a una beca para estudiar inglés, esa primera vez de no saber qué vendría después, de enfrentarme a lo desconocido, a lo imprevisible, a lo emocionante; a todas esas sensaciones que ya por siempre buscaría sentir, una y otra vez.
Los tickets de bus me recuerdan el barrio en el que viví con esa Host Family, ese concepto que se me hacía tan raro y fuera de lugar y donde acabé por arropar cada noche a dos niños mientras reíamos y cantábamos. Completos desconocidos con los que acabé llorando al despedirnos. El envoltorio de zumo me traslada al parque, a ese donde cada día tomaba el lunch que la familia me preparaba y que me parecía tan curioso porque nada tenía que ver con la comida de mi casa, de siempre.
Y esa libreta, ahí se entremezclan los ejercicios de las clases de inglés con las notas de los pensamientos que me llegaban ante todas esas nuevas experiencias que iba viviendo. Tal vez esa fue la primera vez que empecé a documentar mi vida, tal vez sabía que esos detalles serían la clave para volver a todo lo vivido.
Supongo que todos tenemos una caja negra parecida como nuestro archivo de experiencias. Esa caja que por momentos tiene el poder de llevarnos al pasado y, mejor aún, de traer al ahora cosas que siempre quisimos que quedaran presentes.
Ese lugar donde un puñado de objetos se convierten en portales que te permiten ver de dónde vienes y por lo que has pasado. Que te permiten volver al origen, a la raíz.
Esta semana se me ocurrió volver a esa caja en la distancia, a honrar de alguna forma a ese “yo” que quiso que todo lo que ahí entraba, permease en mí a lo largo del tiempo. Y aquí os comparto 5 objetos que esta semana han vuelto a mí para hacerme rememorar su huella:
Cartas. ¿Todos hemos vivido esa época en que nos dábamos cartitas en clase?, ¿y las que escribíamos a nuestrxs amigxs exaltando esos sentimientos que pensabas que tendrías por siempre hacia ellxs? Tengo montones de esas cartas. Me recuerdan lo intenso de las emociones, de los momentos, de algunas amistades y de cómo estas se transforman a lo largo del tiempo; cómo muchas se van y otras más conscientes y enraizadas a ti, llegan. ¿Por qué hemos dejado de escribir cartas?
Mi llavero de “Plaza París”. La dirección de mi piso en Mallorca. El lugar donde hice mi segunda familia, esa que eliges y que (por fortuna) la vida te pone en el camino para encontrarte. Al despedirme de la isla ellos me regalaron un llavero con nuestra dirección, para que nuestras futuras llaves siempre nos recordaran dónde creamos ese hogar.
Un billete de avión. Parece un cliché pero no me puede parecer más entrañable y tierno ver uno de mis primeros billetes de avión ya casi borrado por el paso del tiempo. Me lleva a la ilusión de esa adolescente empezando a experimentar ese mundo fuera del suyo que siempre querría seguir explorando.
Una taza de “Alegría”, una de las emociones de la película Inside Out. La persona que me la regaló decía que eso era yo para ella. Cada vez que la veo me recuerda eso que quiero ser un poco más, eso que quiero poder dar un poco más.
Libretas. Todas las que he ido llenando a lo largo de estos 8 años, todas desde ese momento en que recuerdo que la escritura llegó a mi vida buscando un espacio íntimo donde hablar conmigo, donde verme a mí. Esas libretas son un recordatorio de todo lo recorrido hacia adentro, de vuelta a mí.
Creo que todo lo que guardamos tiene un poco de guía y brújula. ¿Vostrxs también tenéis vuestra caja?, ¿os apetece echarle un vistazo y compartir esos objetos que traer a tu presente? Si no lo habéis pensado nunca, quizá es el momento de hacerlo. A mí me reconecta conmigo.
Podéis dejar vuestro listado en comentarios o mandármelo por privado, ¡me encantará leerte! 🤍
✨A propósito de documentar la vida y volver a nosotrxs a través de nuestra historia, en mi perfil de IG voy informando de nuevos Talleres de Escritura Introspectiva que voy creando para volver a (re)conectar con nuestra raíz.
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